Superhéroes

Alejo Ortega
4 min readDec 16, 2023

No soy precisamente lo que podría llamarse “persona nostálgica”. Sin embargo, sí creo en la preservación de ciertos elementos por la propia naturaleza única de los mismos. Tal vez, es por esto que elijo la epístola como medio para comunicarme con vos. Creo que me da el tiempo y la libertad suficiente para poder expresar de la manera más adecuada aquello que tengo en mente. También, permite practicar mi prosa, con la intención de, primero, no repetirme con frecuencia, y segundo, mejorar en esa área, algo que como bien sabés, es de profunda inclinación.

Habiendo finalizado ya el preámbulo correspondiente, queda proceder con las interrogaciones cordiales básicas, pero que son de genuino apego y espero sean contestadas en una eventual respuesta a mi carta. ¿Cómo estás?¿Cómo te encontró el principio del verano? Sé de tu preferencia hacia dicha estación, y también del cambio de humor que produce en vos días tan soleados y bellos como los pasados. Oí ciertos rumores sobre tu salud física y mental como resultado de los eventos ocurridos las últimas semanas. Un desanimo que se presenta como consecuencia del momento histórico en el cuál nos encontramos. A esto, debo ser sincero y decirte que no hallo en mí palabras que puedan remediar tu dolor. Creo, aún así, que si puedo hacerte ver que no todo está perdido, tal vez pueda arder nuevamente esa esperanza en quienes hoy se te presentan como extraños.

Era de noche cuando nos encontramos. Recuerdo el cielo estrellado y una leve brisa que hacía soportable el calor que invadía la ciudad, mientras recorría a pie la costa de la misma. En ese momento, la plaza a la que me dirigía estaba clausurada por reformas, pero había un hueco entre las rejas por el que podías meterte y quedabas a sólo unos metros del río. Si bien hacía ya tiempo que no pasaba por ahí, lo cierto es que era un lugar del que era habitué, mi sitió en la ciudad. Para que entiendas el contexto, se cumplían dos años del día en que, si se me permite tomar prestada la expresión, ya sabés quién hubo partido hacia el gran mar. Quiero dejar en claro que he decidido no mencionar su nombre no porque la herida de su adiós siga abierta — que lo hace y creo nunca podrá cerrarse — sino porque deseo preservar cierta anonimia frente a ojos curiosos. Y ya era el segundo aniversario en que sentía como desde ese día las bases de aquellas instituciones que consideraba sagradas, contenedoras y capaces de trascender el paso del tiempo mismo, se erosionaban para dejar lugar a un mundo más cruel y solitario que antes. Fue en ese momento en que la vi.

Un escritor a quien tengo en muy alta estima dijo una vez que no debías describir a una mujer en tu relato como “bella”. Que eso era vago, poco descriptivo, que no le dejabas al lector que forme en su mente la imagen de esta persona. Y que también, era un poco sexista. Por lo tanto, trataré de destacar lo primero que me llamó la atención. Nunca he visto un zafiro personalmente, pero estoy seguro que no son tan atrapantes como sus ojos. Son de un azul tan intenso que el instinto te fuerza a apartar la mirada, sólo para ser envuelto en su fascinante cabello dorado que parecía tener brillo propio. Se hallaba sentada y no pareció darse cuenta que estaba ahí hasta que la saludé. Respondió con una leve sonrisa y siguió mirando hacia el Este. El rojo de su capa palidecía frente a todo lo demás.

Fue un suspiro mío lo que rompió el silencio. “No voy a hablar de mi primo” me dijo y nos echamos a reír. Nos presentamos y preguntó cómo me sentía. Su tono daría a entender que era el encuentro de dos amigos que se conocen de toda la vida, no dos extraños que se cruzaron por mera casualidad. Sinceramente, no recuerdo cuánto tiempo hablamos, si fueron unas horas o tan solo unos minutos. Comenté lo que sentía desde hace dos años y ella parecía dedicarme toda la atención del mundo a mí y mi dolor. Me habló de su padre, del amor eterno de su madre, del día en que todo lo que para ella era sacro, fue profanado por la inexorabilidad del tiempo.

“Esa pena va a estar presente, será una cicatriz más en tu cuerpo. Pero es a partir de eso que podemos construir nuevos hogares, nuevas bases a partir de las cuales seguir creciendo”. Sonrió nuevamente y nos pusimos de pie. Compartimos un breve abrazo y antes que me dé cuenta, despegó hacia el firmamento. No sé si esto puede servirte demasiado. Hay algo de ver a un ser omnipotente dedicarme tiempo para tratar de, no hacerme sentir mejor, sino sólo compartir algo de ese dolor juntos y comprender que no somos sólo un rejunte de marcas y heridas.

Nuevamente, espero que esta carta te encuentre bien y que, además, mi prosa sirva para hacerte compañía por lo menos hasta que vuelva y podamos abrazarnos. Con mucho afecto me despido y espero con ansías tu respuesta.

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Alejo Ortega

A veces cuentos, a veces opiniones. I'm quite illiterate, but I read a lot.